29 septiembre, 2011

Parque Nacional de Sumava

Escribo a la luz del fuego. Con el fluir constante y preciso del río un par de metros más allá. A lo lejos algunas voces de campamentos vecinos y de la terraza del bar, aún abierta.

Es ya noche cerrada y desde donde estoy no se ve la luna.

Este sitio me recuerda las cosas buenas de haber crecido en un pueblo de apenas 100 habitantes en medio del bosque gallego. Siempre el olor a “lareira”, a fuego del hogar, me llevará frente a la chimenea de aquellos años.

Estoy muerta. La caminata de ayer me ha dejado la espalda y las rodillas hechas polvo. Y sin embargo no había sentido tanta feliz tranquilidad en todo el viaje. Como si el tiempo se hubiese detenido.

Me tumbo, sobre mi los pinos y allá lejos unas cuantas estrellas titilando. Qué bien sienta un cigarrito así! La banda sonora corre a cargo del agua y los chasquidos del fuego..

Agua de fondo, árboles rodeándome, el fuego a mi vera, la tierra es mi cama... y el metal, para tener todos los elementos a mano, pues la furgo que nos ha traído hasta aquí y que es nuestra casa. Cobijo y transporte todo en uno. Ahora entiendo el equilibrio. Todo está presente y en éste momento lo veo claro como el despuntar del alba.

Apenas puedo ver ya lo que escribo, va siendo hora de ir a dormir y dejar que la noche lo cubra todo.

Las hogueras, poco a poco, se van apagando. Y entre chasquido y chasquido de la madera, el run-run del río se hace grande.

6 agosto, noche, Sumava, Rep. Checa