03 enero, 2008

la suerte

Desde esta mañana mi casa tiene una pizca más de color y de vida. Tengo cuatro plantas. Un amigo me comentó una vez que se compraría una planta por cada chasco afectivo… no sé cuantas llevará él, pero a mi ya me venían haciendo falta. Y cuando hablo de “chasco” lo hago como fallo mío y de nadie más…. Pero no era esto lo que venía a contar, de lo que quería hablar es de la suerte y de la superstición.

Nací un día 13, es uno de mis números favoritos. También me encantan los gatos negros, la escalera es un elemento más del trabajo, no tengo nada en contra ni a favor de los jorobados, la sal se me cae a menudo… en fin, que no se puede decir que sea supersticiosa (aunque busque los ojos de con quien brindo). Y el tema de las plantas enlaza con esto en este punto. Volviendo a casa con dos de ellas me encontré en un contenedor de escombros un espejo hecho añicos. Y como no soy muy respetuosa ante los deshechos del prójimo, me llevé los pedazos que pude en una bolsa. Por qué? Pues porque quiero decorar con ellos mi habitación.

Al ponerlos en el barreño para limpiarlos vi que, efectivamente, eran muy grandes para lo que yo quiero. Y cogí un martillo y me fui a romperlos. Supersticiosa? Creo que no. Pero se me ocurrió que podía grabarlo y a ver que pasa.

Sinceramente, no creo me vaya peor estos próximos siete años!

mis nuevas compañeras de piso

Son cuatro, no tienen nombre ni creo que se lo ponga pues, por mucho que las veo y las siento como seres vivos, me pasa con las plantas lo mismo que con los peces… no me resultan para nada entretenid@s.

Porqué entonces las tengo, y ni más ni menos que cuatro de un golpe? Sinceramente, creo que es un síntoma más de egoísmo. Con las personas e incluso con nuestras mascotas, cuando damos algo es mayormente para sentirnos bien y, en el fondo, con la idea de que recibiremos algo a cambio. Digamos que es algo así como el vestigio de nuestra cultura antigua del trueque, versión moderna y, a mi modo de ver, mucho menos eficaz y más dañina.

No me creo eso de la generosidad porque si, eso que todos dicen que damos sin esperar nada a cambio (salvo que te llames Teresa y seas de Calcuta o alguien similar). Hay ejemplos que me impactan: de pequeña me negaba a ir al entierro de una persona del pueblo con la que habría hablado dos veces en mi corta vida… pues el motivo por el que tenía que ir, al parecer, era tan simple como que esta persona había venido al entierro de mi abuelo. Yo entonces pensé que, por esa regla de tres, a mi entierro no vendría ni el gato…

En fin, las plantas están ahí. Las miro y veo que adornan el conjunto de mi casa. Las regaré, quitaré hojas muertas, abonaré y cambiaré la tierra. Porque sí, porque sino se mueren. Y ellas no dirán ni harán nunca nada más que estar ahí, más radiantes o más marchitas, pero simplemente existiendo dentro de la casa.

Con esto no quiero decir que sea malo ser egoísta, ni mucho menos. Sólo quiero admitir que lo soy y que quiero serlo, que merezco serlo. Pensar en mi y hacer y decir las cosas porque son parte de mi realidad. Elijo a mis amigos por una serie de cualidades, por tanto estoy poniendo unas premisas (les llamaré así, y no exigencias, para que no se alce demasiado la voz en mi contra), y estas “premisas” no son más que eso, condiciones, ejemplos de nuestro pensamiento individual. Nadie identifica esto como egoísmo. Igualmente nadie interpreta como egoísmo el prestar algo a alguien o el hacer un favor. Pero estas cosas, pensadlo bien, siempre generan una especie de contrato no verbal. Si yo te presto, tú me prestas, si yo te hago un favor, algun día tocará devolverlo… y sin embargo no pensamos esto de nuestras acciones, es más, cuando alguien no nos “devuelve” el favor, cuando actúa pasando de nosotros en eso momento en que le necesitamos, entonces pensamos que se porta de un modo egoísta. Y si, tenemos razón, pero no menos razón que esta persona si nos dijese que nosotros, al hacerle el favor anterior, éramos igualmente egoístas.

Moraleja: hagamos lo que hagamos no nos salvamos de esto del egoísmo. Por tanto, mejor hacer lo que realmente nos haga sentir bien, decir un sí o un no a lo que nos pidan, devolver o no un favor, pero hagamos lo que hagamos no deberíamos sentirnos culpables ni obligados por ningún motivo.